miércoles, 1 de septiembre de 2010

Amancio Castro, una 'locura' de boxeador

Por Orlando Benítez Quintero
¿Loco? Lo que sí parece descabellado es que un hombre haya tendido en la lona a cuatro campeones mundiales y nunca haya podido ser campeón.
Amancio Castro Padilla, ahora libra combates fuera de los cuadriláteros tratando de no doblegarse ante vicio. Él es el dueño de esa absurda marca que le impidió ser uno de los más grandes campeones de la historia del boxeo colombiano y mundial.
Sentado en una de las esquinas del coliseo que se llenaba para verlo batirse a trompadas y con una lucidez mental que desafía los males de su cabeza, relata parte de su historia llena de golpes de gloria y de muchas caídas.

‘Rocky’ Valdez y Monzón, tienen la culpa
El día que decidió ser boxeador Amancio tenía 16 años y trabajaba como ayudante de latonería en un taller que quedaba frente a la plaza Montería Moderno. Había conseguido trabajo en ese negocio luego de dejar su pueblo, Bajo del Limón, en Moñitos, un municipio de la costa de Córdoba, que lo vio nacer hace más de 50 años.
"Estábamos mirando en la televisión una pelea de dos grandes: Rodrigo ‘Rocky’ Valdez y Carlos Monzón y a mí me gustó ese espectáculo. Entonces dije que yo quería ser como ellos", recuerda Amancio.
Ese día le dijo a Frankie, la persona a la que le ayudaba en el taller de latonería, que necesitaba que le diera permiso para irse a las 4:00 de la tarde y no hubo problema. Amancio ya sabía dónde podía aprender a boxear. El combate entre ‘Rocky’ y Monzón fue un sábado y el lunes siguiente ya estaba practicando bajo las órdenes del profesor Manuel Álvarez, en el barrio Santa Fe, en el sur de Montería.
Recuerda que su primera pelea como aficionado fue en el colegio El Campano, de Montería, y que allí le ganó por nocaut en el segundo asalto a un boxeador al que le apodaban ‘El Goyo’.
Se ríe cuando a la mente se le viene una curiosa anécdota de esa primera vez en un cuadrilátero: "en esa pelea no me echaban agua, como hacen ahora, me exprimían una naranja dulce en la cara, cada vez que llegaba a la esquina".
Amancio, quien por su nombre nunca necesitó de remoquete, hizo 78 peleas como aficionado, 68 de esas ganadas por nocaut. recuerda con claridad que en 1978 representó a Córdoba en un campeonato nacional que se realizó en Quibdó y en esa oportunidad se tuvo que conformar con la medalla de plata al perder en la final con Cristóbal Torres. Al año siguiente -dice- se ‘sacó el clavo’ al obtener el título nacional en los 57 kilogramos, en Bucaramanga. El triunfo se le volvió a escapar en 1980, en San Andrés Islas, cuando perdió la de oro ante un bogotano, Zandalio Calderón.

Amancio Castro asegura que el apellido Castro, como el del dictador cubano, le cerró las puestas de un título mundial, pues los empresarios del boxeo eran cubanos y opositortes a Fidel.

Contra los grandes
En 1980 Amancio Castro dio el salto al profesionalismo. Empezó una carrera a lo grande  sin el brillo de una corona.
Un bolivarense fue el primero en probar su fuerte pegada. Recuerda que la pelea fue en el Coliseo ‘Mocho’, hoy Miguel ‘Happy’ Lora, donde se impuso a Amalio Salgado por nocaut en el cuarto acto.
En su mente está claro cada recuerdo de su carrera boxística y así va contando cada detalle. Después del debut en Montería, se enfrentó a Sergio Álvarez en la plaza de toros de Bucaramanga, a este retador lo ‘embistió’ y mandó a la lona en el décimo asalto. Después vino la disputa del título Centroamericano y del Caribe, que le ganó a Luis Godoy noqueándolo en tres asaltos en el coliseo Bernardo Caraballo, de Barranquilla. Ese mismo título lo defendió más adelante con éxito contra el cartagenero Eduardo Valdez.

Tumbó a Pambelé
Amancio Castro Padilla se enfrentó y puso en aprietos a Antonio Cervantes ‘Kid’ Pambelé. El pleito entre el cordobés y el palenquero -quien venía de ser campeón del mundo- se escenificó en la plaza de toros de Cartagena. "Lo tumbé dos veces, pero no lo pude noquear, él era la estrella del momento y después de round 12, le dieron la pelea por decisión". También asegura que Pambelé le metió los dedos enguantados en los ojos durante todo el combate.

Le ganó a los campeones
Después de alcanzar reconocimiento nacional, le llegó la hora de irse a Estados Unidos en busca de la gloria mundial y de entrada le tocó ‘bailar con la más fea’, ya que su primera pelea fue contra Jimmy Paul, campeón mundial del CMB, en un combate en el que no estaba en juego ningún título y más bien era de preparación para el norteamericano. La cosa no resultó tan amistosa porque Amancio, que siempre quería ganar, noqueó al gringo en el tercer asalto. Ese inesperado triunfo le dio la oportunidad de clasificar séptimo en el ranking CMB.
Luego se midió a Nick Parker, en Miami, a quien también le ganó por nocaut en el quinto episodio, triunfo que lo ubicó tercero en el ranking. Vino entonces una seguidilla de victorias ante Alfredo Layne, de Panamá, por decisión dividida después de 10 asaltos; y contra Billy Wooten, a quien venció por nocaut técnico en la séptima vuelta.

Título mundial en Montería
Amancio fue el primer boxeador cordobés en pelear por un título mundial en Montería. La oportunidad llegó ante el méxico-americano Mauricio Aceves y la pelea se hizo en el 'Coliseo Mocho' el 20 de enero de 1989.
"Yo nunca había visto el coliseo de bote en bote como ese día, las colas llegaban a la Olímpica y la boletería se había agotado un mes antes", dice ‘El Yata’ Durango, una vieja gloria del boxeo cordobés, que acompaña la charla con Amancio.
Esa noche a Castro Padilla se le escapó la gloria de las manos, pues el combate terminó empatado en 12 asaltos.
"Yo me caí en el último asalto y creo que por eso no me dieron la pelea", dice Amancio, quien también asegura cuenta que a la pérdida de la corona se suma la de unas novillas que unos hacendados le habían ofrecido si ganaba el título.
Tres meses después se hizo la pelea de revancha en Santa Ana, California. Allí Aceves, haciendo de local, le ganó por decisión unánime al morocho cordobés.
Pero allí no acabaron las oportunidades mundialistas. Amancio siguió combatiendo en Montería, Cartagena y Ciudad de México. Le ganó a Eder González y a Manuel Salas, en Montería; perdió con Rafael Pineda, en Cartagena, y con Carlos González, en México. Se quedó en ese país y allí volvió a ganar, noqueando en ocasiones consecutivas a Armando Juárez y a Albino Rosas. Se le presentó la oportunidad de viajar a Pretoria, Sudáfrica, a enfrentar al sudafricano Dingaan Thobela, quien le había arrebatado el título del mundo a Mauricio Aceves, sin embargo, la gloria le volvió a ser esquiva, al perder por decisión.
Luego vinieron altibajos, triunfos y derrotas entrelazadas, hasta que llegó la hora del retiro. El 26 de abril de 1994 peleó por última vez en Montería noqueando a César ‘Bebé’ Salas.
Dice que antes de su retiro le propusieron una pelea unificatoria de título ante Rafael Pineda, quien era el campeón de la FIB, por una bolsa millonaria y que no aceptó porque la condición era que se dejara tumbar. "Dije que no y me retiré", cuenta en rabioso aleteo de manos.
Este infortunado boxeador terminó su carrera con un récord de 41 peleas: 21 triunfos, 14 por nocaut, 17 derrotas y tres empates.

Preso, en posición de yoga en Corea
Seis meses estuvo Amancio Castro preso en Corea del Sur. El arresto se dio por una suplantación de identidad, un delito grave en el país oriental. "Resulta que fuimos a pelear a Corea, Joaquín Caraballo, Alberto Castro y este servidor y a Alberto lo pusieron a pelear con mi licencia y las autoridades coreanas se dieron cuenta de todo y terminé preso. Seis meses en posición yoga, hasta que la embajada de Colombia hizo lo posible y me libró de ese castigo".

El final
Amancio se dejó seducir por los vicios. Se perdió en las calles monterianas y terminó inexplicablemente desmovilizado como paramilitar. Hoy da muestras de superación y lucidez, mientras asiste a programas de rehabilitación. Vive en casa de una hermana en el barrio Santander y quiere que las autoridades le tiendan la mano para completar el tratamiento. Pide que lo ayuden a gestionar su pensión ante Coldeportes. Señala que está dispuesto a enseñar todo lo que sabe y a dejar de ser el loco que todos señalan en la calle.

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